Tradiciones Gallegas
Vino y Aguardiente
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En la oscuridad de las noches de invierno, en una época no tan lejana en la memoria, pero si casi imposible de imaginar en la actualidad, sin electricidad, noches de invierno en las que sólo la claridad de la Luna y de las Estrellas, con la luz de los candiles de gas o carburo iluminaban al pueblo, alrededor del calor del alambique se iban transmitiendo a los niños, y no tan niños, los cuentos populares que durante siglos se habían ido fraguando en las tierras conocidas, mientras las gotas de aguardiente iban llenando poco a poco todos los recipientes.
Los litros de aguardiente que cada una de las familias hacía tanto para el consumo como para la venta dependía de los kilos de uvas que se hubiesen recogido ese año. Teniendo como promedio que 750 kilos de uvas era una postura en el alambique convencional y que venía dejando o produciendo de 25 a 30 litros, cada una de las casas de la aldea hacía tantas posturas como tuviera o quisiera hacer, siendo las familias de terratenientes las que más hacían de media anual, diez posturas, con una media pues de 300 litros.
EVOLUCIÓN DE LA TRADICIÓN DE LA VENDIMIA
No tenemos datos de la implantación de los primeros viñedos en la zona, pero sí podemos afirmar que muchos autores son los que apuestan por la cultura vinícola en el mundo de los celtas y que con seguridad los romanos se llevaban, el vino, de la península ibérica hacia la itálica.
Si nos centramos únicamente en lo que conocemos con certeza, en los últimos 150 años de vinicultura vemos una gran transformación. Factores tecnológicos y hechos y decisiones políticas siempre influyentes en la sociedad, durante ese periodo, derivaron en varias guerras, una la de independencia de las colonias españolas, dos guerras mundiales y una civil que se dejaron sentir.
En el caso de la viticultura en muchas aldeas gallegas, que no tuvo cambios significativos derivados de las guerras, ya que en el transcurso de ellas la aldea siguió con la explotación de los viñedos y la elaboración del aguardiente como lo había hecho desde los orígenes.
Con el final de la dictadura en España, y la llegada de la ansiada democracia, decisiones políticas de reestructuración del medio harían la aparición de unos límites reservados para el cultivo vinícola español, y de ahí que el estado subvencionase a los agricultores de la época con cierta cantidad de dinero por cepa arrancada, propiciando así el fin de los viñedos que en otra época habían dado riqueza, en beneficio de los pastizales.
La producción de orujo, que se vio afectada de igual modo, tenemos cifras actuales de 30 litros ( 7,92 galones) por familia y año en la actualidad.
De las nuevas generaciones dependerá el aprender y conservar esta tradición, que a ojos míos y muy a mi pesar se presenta sin futuro, por ser cada vez menos los hijos de esta tierra dispuestos a vivir de ella.
Los viñedos le dieron a las aldeas gallegas mucha vida. En ellas se cosechaban millones de kilos de uvas, tratadas únicamente con sulfato y azufre. No había cabida para pestes que las dañase, dado que el aire de principios del siglo XX era tan puro como lo había sido desde sus orígenes, y lo siguió siendo, hasta la década de los 60 donde empezó la contaminación imparable del Medio.
Después de vendimiar en cestos de madera de sauce blanco y llenar otros cestos a su vez más grandes, se cargaban en el carro y las vacas o bueyes lo transportaban a las casas donde, los hombres descalzos, en los días venideros exprimirían de la forma más rústica la preciada savia, que luego metían en grandes toneles de madera de roble o castaño en su mayoría, de hasta 5000 litros de capacidad, donde lo dejaban fermentar.
Después de la fermentación del vino se extraía el bullo, que más tarde los hombres más veteranos pondrían al fuego de sus alambiques durante noches y noches elaborando así el precioso líquido blanco llamado aguardiente
VERSIÓN ANTERIOR COMPLETA http://aldeasgallegas.com/vinoyorujo.htm